<Return to Acidfree Albums> <Return to Members Genealogical Scans> <Return to Familia Images> <Return to Libro Efemerides> <Return to Perez-Gonzalez> <Return to Olivar Ramirez>
Don Javier Reyes Diaz De Leon
<Prev> (Click Image to Enlarge) <Next Libro Efemerides Image> <Next - All other Albums>
DON JAVIER REYES DÍAZ DE LEÓN Fue hijo de don Antonio Reyes Pedroza y Rafaela Díaz de León Macías. El tío don Javier fue el menor de los varones de esa familia. Se crió en Montesa y Montoro, entre San Antonio de los Pedroza y San Francisco. De chico, como sus hermanos también fue chinacate arriador de partidas de reses y bestias caballares aunque esa actividad familiar ya había venido a menos desde 1882. Su educación escolar fue considerablemente mejor que la de sus hermanos mayores. Era el más alto, bigotón y barbado de todos; era “güero taniste” y le gustaba el buen mezcal, los buenos cuacos y los conquianes. Vestía a lo ranchero pero con cierta elegancia y pretensión. Hay muchas historias y travesuras de su juventud Muy joven se casó con Dolores Romo de Vivar y comenzó a trabajar para don Rodrigo Rincón Gallardo en la hacienda de Palo Alto. Duró allí muchos años y se hizo de las confianzas de aquella acaudalada familia. Según se recordaba, era desde joven un experimentado conocedor del manejo de ganado mayor y se le encargaron los cuidados de la caballada, la reproducción de hatos mulares y las innumerables majadas de reproducción de bovinos. Se decía que llegó a haber en esa hacienda miles de cabezas en engorda y reproducción. Bajo un criterio estrictamente utilitarista, aquella a hacienda se desarrolló un vasto emporio agrícola, pero no más importante que el ganadero, que mantenía muy efectivos usos y costumbres desde el virreinato. Una de las referencias de don Javier, que se hacían con frecuencia en la familia, era que hacia 1910 se hacía en rodeo anual en los ajiladeros de Pilotos. Allí, entre una boscosa majada de cardones y pirules centenarios se encuentran todavía los corrales de confinamiento ganadero, el anillo y el mirador. Para esos herraderos, la hacienda invitaba a mucha gente para celebrar la nacencia del año y allí mismo con la ayuda de gente de a caballo propia e invitada, se llevaba a cabo el rodeo. Aquello se recordaba muy bien porque Justamente allí se conocieron Ezequiel Reyes y Abelina González, ya siendo adolescentes y comenzaron a noviar. Decía don Ezequiel Reyes Ojeda -todavía sin salir de su asombro- que allí vieron que algunos de los lazadores comenzaban a florear la reata sin recato alguno y por puro lucimiento, y que los viejos desaprobaban aquella innecesaria floritura de pitas para terminar simplemente lazando a la cabeza, a las manos o las patas del animal; y que a otras personas “los villamelones” aquello les gustaba mucho y consideraban que era una muestra de dominio y experimentada forma de lazar. En aquel tiempo los viejos caporales, becerreros y vaqueros, pensaban que florear la reata para tirar un pial o una mangana era “una pura fantochada”, según nos decían. Don Javier era un lazador experimentado y podía a voluntad aventar piales y manganas muy efectivos “a la vieja”, ya que difícilmente “jerraba el tiro”, aunque el animal fuera en plena carrera o matreramente metiera la cabeza entre las manos, o la meneara, para evadir la ondilla del lazo. Decían que en esa ocasión y “por pura traveseada”, don Javier y otras gentes habían recortado lazos de chavinda únicamente para florear y “pintar manganas”. También allí vieron con extrañeza que se coleaban vacas y toros sin distingo, y que los novillos se coleaban allí sin haber sido castrados y que los corrían a propósito a los largo de los ajiladeros nada más por el gusto de tumbarlos y no para “sacarles el cuágulo”, después de que se les retiraran las criadillas, como solía hacerlo la gente vaquera vieja en el monte. Allí el caporal de las maniobras del herradero de cientos de reses y bestias, fue don Javier. Luego él mismo ensilló sus caballos coleadores y se dio gusto coleando y tumbando reses dándoles la voltereta completa con el aplauso y regocijo del público; hubo jineteadas de reses, mulas y yeguas brutas: ya en "la traveseada" hubo tumbados con el clásico grito de “táaapenn al cáido”, descalabrados, cornados, coceados y más de algún becerrero hizo alguna payasada para hacer reír a la muchachada y las mujeres. Hubo de todo y lo más trágico para los lazadores: uno que resultó “mocháo”. Aquello era consecuencia de no saber manejar adecuadamente la reata al momento de amarrar en la cabeza de la silla y “chorrearla” conforme se requiriera para detener al animal lazado por las patas y no reventar el lazo. También era cuestión de suerte pues si aquella maniobra no se hacía con cuidado,o el humo de la ajorcada no permitía ver la reata envuelta, una parte de la línea que saliera mal desdoblada, “una coca” como le decian, se metía por la mano y cercenaba una parte de los dedos, o los dedos completos, con la fuerza de una guillotina. Casi siempre volaban los dedos índice, meñique o el apreciado pulgar. En aquel tiempo había muchos vaqueros “mochos” y mostraban sus manos como testimonio de su oficio y sufrimiento, aunque los buenos vaqueros, lazadores y partideños, conservaban sus manos completas y las presumían, particularmente cuando se popularizó la fotografía. Ya por la tarde se le había dado gusto a la gente que quería no solo participar en las labores, metidos en el anillo y los corrales, a los que estaban instalados en las sombras del elevado mirador de adobes, sino también a los mirones que se encontraban sentados sobre los lienzos de piedra seca. Aquello duró todo el día, puesto que ya cansada la gente invitada se retiró a las sombras de la pirulera, donde la hacienda les tenía un “convidado” compuesto de “tatemado” de unos 10 chivos y dos terneras, colonche y mezcal, además de la sorrasca de elotes y muchas tunas cardonas y amarillas, bien barriditas. Habíasiempre música traída de San Nicolás de Quijas con arpa, violín y bajosexto, ¡que banquete! Las labores ordinarias seguirían realizándose por dos semanas más, ya sin mirones y metidos en fáinas fatigantes y peligrosas. Cada año, recibía permiso para ir a sembrar su rancho y darse sus vueltas a lo que se necesitaba. Don Javier dejó el servicio de los rincones cuando murió uno de los últimos dueños y se fue a San Luis Potosí a abastecer el rastro de por allá y demás actividades comerciales. El hecho es importante y quizá simbólico, puesto que con él terminaría una larga relación de dependencia laboral con la Casa de los Rincón Gallardo, que había durado casi dos siglos