<Return to Acidfree Albums> <Return to Members Genealogical Scans> <Return to Familia Images-Info>
Avelina González Díaz de León y Ezequiel Reyes Ojeda. Sus hijos Abigail, Aureliano, Jose Antonio (Papá Toño, en brazos de su madre) y Amparo. Hacienda mezcalera de "Santiago", año de 1924
EZEQUIEL Y AVELINA, RECUERDOS DE LAS FAMILIAS
Decía mi abuela paterna, doña Avelina González Díaz de León, que era González "de la Gonzalera" de la del rumbo de Ojuelos, habiéndose dicho que inicialmente era un apellido compuesto: González de Hermosillo. Lo cierto que el geriarca de ese apellido llegó hacia 1820 a la Montesa desde Piedras Negras, cerca de Ojuelos, Jalisco. Llamábase Vicente González y casó con una señora Macías de por aquel rumbo. Era bisabuelo de mi bisabuelo Juan Bautista. El compró, a la postre, en 1846, un retazo de tierras montañosas de la Hacienda de la Concepción, conocida de antiguo como “Preciado”. Ese antiquísisisimo rancho fue un mesón ubicado sobre la ruta de la Plata, es decir, a la vera del primer camino construido al norte de la Nueva España y que comunicaba Zacatecas con la capital, debió haberse fundado hacia 1547. También se le conocía como “camino de las carretas” o “de mexicanos”.
La historia de las familias Díaz de León es muy antigua y se remonta, por lo manos, al siglo XVII. A ella pertenecemos por cognación en diversas ramas familiares desde mi padre. Por fortuna, existen abundantes informaciones sobre ella. Es una familia criolla asentada hacia 1680, cuando se conformaba el latifundio de los Rincón de Ortega, en la Hacienda de Bocas Viejas, también sobre la Ruta de la Plata. Luego hacia 1710 se mudaron a Montesa por convenir así al Mayorazgo, convirtiéndose en arrendatarios de Ciénega de Mata, hasta que a mediados del siglo XIX, compraron las tierras que hoy posee esa rama familiar. Los linderos de los dos latifundios, el mayorazgo de los Rincón Gallardo y la hacienda de la Concepción, se ubicaron sobre los cerros de Preciado.
Ah¡ existía hasta principios de siglo una gran mojonera de piedra con leyendas y escudos muy antiguos. Mi abuelita Avelina decía que a su abuelo Vicente Gonzáles (tercero en la sucesión de los Vicentes) le decían "mi Tito", tal vez por Vicentito.
Que él había trabajado en una hacienda lejana para unos amos españoles y que le habían tenido tanta confianza que cuando salieron huyendo por la guerra de independencia le habían confiado el cuidado de la hacienda, con todos sus bienes de casa, de campo e industria. Que al paso del tiempo regresaron y que él discurrió abandonar la finca y en ajuste cabal a su lealtad algo le remuneraron. Por lo que se decía de él, era muy económico, por decirlo de alguna manera: era muy codo, por decirlo de otra.
Resulta que nuestro bisabuelo Juan B. González, era muy curioso. Arraigada su estirpe durante siglos en derredor de La montesa, sus costumbres criollas eran ancestrales, sin embargo, en el caso de don Juanito, eran un tanto extravagantes.
Decían que el bisabuelo Juan tenía muchas peculiaridades personales, pues era ganadero, comerciante, industrial pero sobre todo, un hombre práctico e ingenioso. También era fumador y en extremo económico, como todos los González. Gustaba de los buenos caballos y solo en ello y ajuarearlos bien era que gastaba unos reales más. Se había empeñado caprichosamente en obtener, reproducir y criar animales de raras características: caballos güinduri (si tenían ojo de chivo o de puerco. O si tenían de un color uno y otro de otro, mejor), puercos Güeros (de una raza hoy muy común, pero no entonces). Chivos Nubios o medio fenómenos, de tres cuernos.
Criaba buenos atajos de caprinos, a veces llegaban al millar y de esas manadas obtenía carne, cueros, leche y lana abundante para el rancho y, con frecuencia, para vender en los obrajes textileros de Villa García. Tuvo siempre su buen hato de reses y una curiosa colección de burros, mulas y machos; cebrunos, canelones, frailescos, golondrinos o blancos. Todo en servicio, ya en rancho para coche o silla o en el campo, para yunta y recua.
Hubo en la legendaria casa de Preciado tres extrañas mascotas, Una de ellas era una fiera que mi bisabuelo había atrapado en la sierra como cachorro y se hizo “sanchito” (así les dicen a los animales que se crían en casa o le pierden el miedo a la gente al grado de aceptar alimento de ellas y seguirles como un perrito faldero). Era un coyote muy pachón y gordo, chiquiado de las muchachas, pero más de mi bisabuelo. Lo bañaban, lo ayateaban como caballo fino, le peinaban la colota esponjada y , en plan de risión, le ponían moños en el pescuezo pachón.
Cuando don Juan salía a caballo, el coyote corría para alcanzarle y, sin más, pegaba el brinco a la grupa. El güinduri ni extrañaba llevarlo en las enancas, se había acostumbrado. Así iba a sus negocios, luciendo su feroz compañero y ay de aquel! Cuando lo cuchileaba.
Estando en casa era como gente de entendido y le tenían su comedero propio. Pero en la noche era una amenaza en los gallineros, no del rancho por que nada zonzo, se iba a otros ranchos a comerse gallinas y puerquitos. Tenía especial afición por los blanquillos. Pero todo se le disculpaba por ser la distracción familiar. Las hermanas mayores de mi abuelita hacían la gracia cuando tenían visitas, le hablaban al coyote de Usted, como si fuera persona de respeto, diciendo....
- Siéntese y cante, don Cacahuate. Y el coyote, muy entendido se sentaba y alzaba el hocico, haciéndo: Cacahuuuuuu, cacahuuuuuuu.
Por eso le pusieron don Cacahuate. Murió de viejo. Su salea estuvo muchos años en la sala de ese rancho.
Otra mascota, era un perro de raza desconocida en ese tiempo. Se llamaba "Ganelón". Debió haber sido de raza dálmata, pues dicen que era gris, muy alto y de motas obscuras. También que cuando murió, un ocurrente primo( como todos los Díaz de León), imprimió en Montesa unas esquelas. Deben andar por ahí esas curiosidades tipográficas, entre los papeles viejos de familia.
Del siguiente personaje poco supimos, solo que era una añeja y majestuosa alicante, que hacía las veces de gato al despachar todos los roedores de las trojes o bodegas y que poco se le veía por casa.
En preciado se desarrollo cierta industria en temporadas anuales. Se beneficiaban las colmenas y ahí mismo se hacían velas para el rancho y la venta en Aguascalientes. También se hacía loza burda, sobre todo ollas, jarros, comales y macetas. Mi papá que recordaba a su abuelo fumando, sentado en su bodega, una covacha excavada en un pétreo barranco del arroyo que pasa justo en medio del rancho. Ya de viejo poco dormía en la casa, más bien lo hacía en su covacha, para cuidar los accesos a las ubérrimas huertas de más arriba así como las cosechas de frutas y verduras que de ellas obtenía.
Dábanse ahí, magníficas peras y perones, membrillos y regulares uvas, limones y naranjas. Cosechaba con cierta abundancia jitomate, cebolla y ajos. Su producción mayor y motivo de todo su orgullo, era la tuna chapeteada. Un exquisito fruto del nopal criollo que muy probablemente sea el vegetal, de antiguo más mejorado genéticamente en la región.
Vendía la tuna fresca en colotes, apaserada o en orejones. Lo mismo hacía con los perones y peras. Los membrillos se beneficiaban en cajeta. Su clientela principal eran los arrieros que llegaban de paso al rancho. Temprano se le veía con su otate cortando coronitas de tunas apalillas para hacer melcocha o colonche, también se le miraba, ya anciano, hacer queso, cargar cántaros de miel de tuna hacia la alacena de la casa o componer un buen cigarro de hoja.
Eso era cosa muy suya: abría su paño rojo, sacaba tabaco picado, lo enrollaba y luego daba el “islabonazo! sobre el pedernal y la yezca. Ahí nacía un puntito colorado que daba candela. Nuestra gente recitaba este versito:
La hoja le dijo al tabaco, tu eres el mero mero que te guardan labradito en la copa del sombrero
El Tabaco le dijo a la hoja, aquí eres la consentida que te cortan con tijera y te dan tu relamida
El tabaco era el combustible de ese rancho como fumaban !.Los chiquillos a escondidas, los muchachos con cierta afición y los viejos como religión. Mi abuelita Avelina nunca fumó.
Mis abuelos paternos casaron en Montesa hacia 1914, consumando, así, una bonita historia de amor rural. Mi abuelita Avelina recordaba cuando conoció a mi abuelo, fue en una circunstancia especial, debió haber sido allá por 1905.
Desde finales del siglo pasado, mi bisabuelo Aureliano había ya recibido su herencia paterna, el Ciprés. Era una fracción del rancho primordial "potrero de los Rancheros". No tenía casa formal ni infraestructura ninguna para establecer adecuadamente una familia con decencia y comodidades. Por eso, con un empeño supremo, con sus manos, había levantado el rancho, sus casas, corrales, troje y tanque. En esos cuidados andaba aquel laborioso ranchero , cuando en una ocasión venía con su guayín cargado de vigas para techar alguna accesoría, cuando encontraron en la brecha, un coche de mulas en sentido contrario. Era mi otro bisabuelo, don Juan González Díaz de León, que venía de Villa García, ambos con algunos de sus muchachillos a bordo. El jóven Ezequiel venía sentado hasta arriba de los morillos, en traje de carácter; huarache de tres piquetes, calzón de manta, pechera de cuero y sombrero ancho, de palma. Otros sirvientes acasillados del rancho les acompañaban a pié‚ o a caballo. Los bisabuelos conversaron brevemente de algo, pero ordenaron a sus hijos saludaran a sus tíos, respectivamente.
- Tío Liano, ¿como está? dijo mi abuela
- Tío Juan , ¿como le va ?, dijo mi abuelo
Nuestro bisabuelo Aureliano Reyes era también Díaz de León y primo hermano de mi otra bisabuela, doña Ma. de Jesús Díaz de León Bocanegra y primo en segundo grado de don Juan, padres de Avelina.
Los González iban frecuentemente a Villa García a comerciar o a visitar innumerables parientes que ah¡ estaban, pero también a abastecerse de mandado. Los Reyes, aún cuando tenían también parentela muy cercana en esa hacienda (los Ojeda, los Galavíz, los Chavarría, y los Candelas), no frecuentaban el rumbo, solo a invitación de fiesta familiar o excepcionalmente a alguna diligencia, como esa.
No se precisaba en los relatos, dónde exactamente compraría la madera don Aureliano ¨ sería de los álamos de la hacienda?. ¿haría valer sus influencias Carlotita?.
Mi abuelito decía que vio a Avelinilla enredada en su rebozo tapándose el sol muy chapeteada, acalorada y polvorienta, al cuidado de sus hermanitos que, sentados en la caja del carro, celebraban el encuentro. Algunos años después, as miradas cambiarían de interés. Todos los años se hacía en Preciado una fiesta religiosa en un lugar denominado "el redumbadero", a donde llevaban en procesión de rezos y cohetes, alguna imagen de bulto y se decía la misa. Era una fiesta media rumbosa porque congregaba a todos los parientes González y, sobre todo, a los Díaz de León , por lo que casi se vaciaba la Montesa para ir al colonche, el tatemado y los elotes. En esas ocasiones se hacía gala de desprendimiento en cosa de música y viandas.
Conjuntos filarmónicos eran contratados para las armonías de las solemnidades y luego para el jolgorio. Grupos de arpa, violín y mandolina eran muy socorridos. Aun cuando esa región es zacatecana, la música que se estilaba entonces era de cuerda y no de tamborazo y murga, como se acostumbra un poco más al Norte de ese estado. En Preciado se gustaba mucho de las polkas y mazurcas y las canciones tradicionales de su folclore. Ahí, ya siendo adolescentes mis abuelos, se mostraron interés y lo supieron sus padres.
La sangre criolla de esas familias fue‚ determinante para darles una fisonomía de notable carácter a los varones y de excepcional belleza a las mujeres. Un secreto orgullo genealógico alentó por siglos a aquellas gentes, quienes sabiéndose ciertamente herederos de la casta ibérica de las familias colonizadoras, habían crecido en medio de una cierta endogamia.
Vámonos a la Montesa, que allá son buenos cristianos … que por no perder la sangre, se casan primos hermanos
El tío bisabuelo, Francisco Reyes Díaz de León, hacia 1908, estaba al servicio de don José Rincón Gallardo en la estancia de Pilotos. No era el administrador, era su hombre de confianzas en cosa de manejo y venta de ganado, de la cría y atención de caballos de estima. Sus buenos modales y simpatía, su arrogante presencia y su lealtad a toda prueba, había sido justipreciada por las hijas del hacendado y por él mismo.
Pues bien, anualmente en Pilotos se confinaba sus ganados en las mangas y ajiladeros que tenía cercanos al casco. Rodeados de una espesa majada de cardones viejos y pirules centenarios, los corrales eran llenados de ganado serrano. Había un mirador de adobe, a donde se subía la gente de la hacienda para ver las faenas de manejo de ganado. Entonces, el bisarro tío Pancho, bien montado, bien vestido y mejor dispuesto de ánimo, hacía gala de su habilidad ecuestre y su experiencia en el manejo de ganado. Mandaba, coleaba, jineteaba y lazaba. La gente decía que nunca había habido otro como él!.
Eran aquellas rústicas labores, peligrosas y extenuantes para animales y gentes. En una de esas ocasiones, a las cuales la hacienda invitaba a los lazadores para sacar pronto ese trabajo y de paso dieran "una traveseada", los Reyes y los González se encontraron con sus familias. Ahí el joven Ezequiel declaró formalmente sus amores a la bella Avelina. Aun están en pie los lienzos y se ven todavía las ruinas del mirador. Cuando pasábamos por ese lugar, mi padre solía contarnos esta historia.
De manera que mi abuelo iba a caballo a Preciado semanalmente y con la anuencia de los tíos pasaba uno o dos días por allá, siendo recibido por ser "de la casa". Esta vieja expresión es muy afortunada puesto que se usa para distinguir cuando una persona es familiar cercano o, en el mejor de los casos, pariente. Ezequiel frecuentaba a los hermanos de mi abuela. Heriberto y Juan eran de su edad y otros primillos maloras, con ellos compartía distracciones juveniles, como arrendar un caballito; ir a las carreras de algún ligero de fama regional, topar algún gallo por ahí o tirar al blanco. También hacían labores propias de la edad encargadas por don Juan; echar de almorzar a los animales, barrer los macheros, ayudar a los pastores. Por las tardes, con la presencia de los viejos tíos, platicar con Avelina.
Organizábanse por aquellos años muchos paseos al monte en tiempo de tunas, a los tanques, cuando las aguas y, a misa a la hacienda de Los Campos o a Letras, en cuya capilla fue bautizada mi abuela. Tan extendida estaba la parentela que menudeaban también los convites a bautizos, bodas y tornabodas, coloncheras, posadas, santos. También se convivía estrechamente cuando acaecía alguna desgracia.
En esos casos, aquellas familias estuvieron siempre muy unidas. Una muerte, una penosa enfermedad, un robo o accidente, fueron siempre asistidos solidariamente por "los de la casa". En esa unidad social se maduró el noviazgo de mis abuelos, cuyas familias encontraban nuevos motivos para estar en constante comunicación y convivencia a pesar de la distancia de tres o cuatro leguas que media entre el Ciprés y Preciado. Se casaron en el flamante templecito de Montesa y tomaron residencia, observando una ancestral costumbre, en la casa familiar paterna, en el Ciprés. Don Aureliano había autorizado a Ezequiel para que edificara una casa independiente de la grande, cosa que hizo con gran ahínco hacia 1913.